La “peste zombie” rojiparda o cómo se están popularizando las ideas fascistas en la izquierda

Lo que sigue es el texto completo escrito por Daphne Lawless en la revista Fightback y traducido por Jaume Allioli en Medium 1 2 3


Prefacio

Este análisis es una continuación de tres artículos míos anteriores que han aparecido anteriormente en las publicaciones de Fightback:
“Contra el Campismo”, noviembre de 2015
“Contra el izquierdismo conservador”, febrero de 2016
“Trump, Brexit, Siria… y el izquierdismo conservador”, diciembre de 2016
El segundo y tercer artículo se recogen en nuestro folleto “¿Qué es el izquierdismo conservador?” De aquí en adelante, las referencias a los artículos en ese folleto serán citadas con la WiCL y el número de página.


Introducción: Teorías de la conspiración y “la gente de las vainas”

Cuando escribí “Contra el izquierdismo conservador” hace poco más de dos años, consideraba inquietante que los socialistas se unieran para apoyar la bandera de la era colonial de Nueva Zelanda. Si me molestaba entonces, no quedan palabras para describir cómo sentirme en una época en la que los activistas revolucionarios comprometidos -gente con un honorable historial de lucha a favor de una sociedad sin clases y contra toda opresión- no dudan en argumentar que los recientes ataques químicos contra ciudades controladas por rebeldes en Siria son una “bandera falsa”, algo orquestado por el estado de EE.UU. o sus aliados para justificar una invasión. Incluso uno de mis músicos favoritos ha repetido recientemente una calumnia tan infundada desde el escenario del concierto.
Podemos decidir a cara o cruz qué versión es más repugnante, si ésta o la explicación alternativa, que los ataques fueron reales pero fueron llevados a cabo por los propios rebeldes -es decir, los rebeldes asesinaron a sus propios hijos con el fin de manipular la opinión extranjera. Éste no es el espacio para desmontar estas teorías de conspiración -esto ya ha sido admirablemente hecho por muchas fuentes, por ejemplo Bellingcat o Snopes. El escritor ecosocialista británico George Monbiot también desmanteló hábilmente la anterior negación de ataque química del régimen sirio el año pasado. La cuestión -entre otras- que quiero tratar aquí es la de la similitud entre este comportamiento y el de los teóricos de la conspiración de derechas que gritan regularmente “Bandera falsa” en todas las masacres en los Estados Unidos -desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York hasta los deprimentes tiroteos masivos en las escuelas.
Es de sentido común en los círculos liberales e izquierdistas que ideas como “La verdad del 11 de septiembre”, las teorías de que el certificado de nacimiento de Barack Obama fue falsificado, o que las víctimas de los tiroteos en las escuelas de Sandy Hook o Parkland eran “actores de crisis”, son fantasías salvajes ya sean inventadas por los fanáticos y los mal informados para justificar sus prejuicios, o bien narrativas falsas que se les da de comer deliberadamente a estas personas (con fines de lucro o de ventaja política) por operadores mediáticos sin escrúpulos como FOX News o el Alex Jones de InfoWars. Nos horroriza que los padres de las víctimas de tiroteos en la escuela sean acosados por extraños desquiciados que les llaman colaboradores de la conspiración y les dicen que sus hijos muertos no existen.
Sin embargo, esto es precisamente lo que gran parte de la izquierda occidental ha estado haciendo a las personas cuyos hijos murieron envenenados con cloro en los sótanos de Duma, Siria. El experimentado periodista occidental Robert Fisk incluso viajó a Duma -cortesía del gobierno sirio- para hablar con un médico anónimo que confirmara tales fantasías. Esto, mientras los inspectores de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) seguían sin poder acceder al lugar, para que el régimen y sus aliados pudieran hacer desaparecer las pruebas.
La motivación es clara. Las teorías de la “falsa bandera” se basan en la idea de que una conspiración secreta para manipular a la opinión pública está contando elaboradas mentiras, y que las fuentes principales son parte de esta conspiración. Alex Jones afirma que los tiroteos en las escuelas son arreglados/falsificados por el estado de EE.UU. (o una facción secreta dentro de él, conocida como el “Estado Profundo”) para eliminar los derechos de los ciudadanos de EE.UU. a portar armas. La izquierda argumenta lo mismo sobre las atrocidades en Siria, sólo que el objetivo de los conspiradores es construir apoyo para una invasión de Siria para el “cambio de régimen”. Historias similares circulan actualmente en los medios sociales de izquierda sobre las protestas contra los recortes de derechos sociales en Nicaragua, y su represión asesina por el gobierno de ese país (buscad “Nicaragua CIA” en Twitter). La extrema derecha y la izquierda terminan con la misma narrativa: hay una conspiración dentro del actual Estado estadounidense para fingir atrocidades y movimientos de protesta con el fin de ampliar su influencia, que debe ser rechazada. De hecho, los fascistas norteamericanos son tan entusiastas como cualquiera en la izquierda norteamericana en negar los ataques químicos en Siria — el artículo de Snopes citado arriba reproduce un tweet de una celebridad de la derecha “alternativa” y estrella del famoso video del “puñetazo en la cara”, Richard Spencer, haciendo precisamente eso.
La cuestión no es si los Estados han fingido alguna vez ataques para justificar las intervenciones (hay pruebas de que la intervención de Estados Unidos en Vietnam comenzó con uno). La cuestión es la voluntad de la izquierda de actuar como seguidores de FOX News o InfoWars, de utilizar la falacia lógica conocida como el “argumento de las consecuencias” para negar hechos en informes inconvenientes. La falacia es así: si X es verdad, llevaría a consecuencias políticas a las que me opongo; por lo tanto, X no puede ser verdad. Y cualquier evidencia de que X es verdad es, como diría Donald Trump, “FAKE NEWS”. Si lo único que queremos hacer es oponernos a la intervención estadounidense en la guerra siria (ignorando por el momento que Estados Unidos ha estado involucrado en la guerra siria desde 2014, lanzando más de 1.000 ataques aéreos contra el “Estado islámico”), entonces simplemente no es necesario negar las atrocidades de la guerra química del régimen de Assad. Todo lo que tenemos que hacer es argumentar que los ataques de los Estados Unidos contra el régimen de Assad no impedirían tales atrocidades y empeorarían las cosas.
Robin Yassin-Kassab, coautor de un texto esencial sobre el conflicto de Siria, “Burning Country”, habló recientemente de sus encontronazos con activistas occidentales sobre cómo “los Rothschilds” o “oleoductos” eran el secreto detrás de todos los conflictos de Oriente Medio, y comentó:

Los árabes y los musulmanes son notoriamente vulnerables al pensamiento conspirativo, en parte porque en una generación anterior mucha política se hacía realmente por conspiración, y en parte por pereza intelectual. Siempre ha sido más sencillo culpar a’los judíos’ o’los chiís’ de todos los males que ocuparse de solucionarlos. Pero en realidad, no. Las teorías de conspiración no sólo promueven la inacción complaciente, sino que también crean nuevas tragedias. En el noroeste de Pakistán, por ejemplo, donde se corrió la voz de que la vacuna contra la poliomielitis era un veneno de las Naciones Unidas para hacer infértiles a los musulmanes, una nueva generación se ha visto frenada por la enfermedad.

Tal vez haya más excusas para conspirar en regiones donde la gente está sujeta a los traumas de la pobreza, la dictadura y la guerra. Si es así, su creciente prevalencia en el Occidente educado y próspero es más difícil de explicar.

Entonces, ¿qué hay detrás del entusiasmo de la izquierda activista occidental por estas narrativas negacionistas? El argumento que deseo exponer en este artículo es el siguiente:

  • 1. La creciente disposición de los activistas de izquierda a creer una teoría de la conspiración ideológicamente conveniente ante la presentación de informes bien fundamentados es parte de una creciente convergencia de la retórica izquierdista y de extrema derecha, en particular en torno a la guerra en curso en Siria. Mientras que -con algunas excepciones que se discutirán- los izquierdistas no se alinean abierta o conscientemente con los fascistas, muchos aceptan cada vez más ideas que están inquietantemente cerca de las narrativas fascistas. La idea de una política que unifica a izquierdistas y fascistas ha sido conocida históricamente con muchos nombres, incluyendo estraserismo, Tercera Posición o Querfront (en alemán “frente cruzado”). En este artículo usaré el término bien establecido rojipardo; el pardo de las “camisas marrones” nazis (tropas de asalto).
  • 2. Esta convergencia “rojiparda” se basa en un reconocimiento político erróneo del globalismo neoliberal como una conspiración de EE.UU. y otros países occidentales para la dominación global, en lugar de una estrategia adoptada por la clase capitalista global en su conjunto. Esto ha llevado a la izquierda a un “antiimperialismo” que es de hecho nacionalismo bajo otro nombre; que lleva a la unidad programática con los fascistas que apoyan a los “estados étnicos” autoritarios.
  • 3. Este es un problema que atraviesa la división “revolucionaria/reformista” de la izquierda. Una fuerte base de este pensamiento se encuentra en la revitalizada tendencia “marxista-leninista” (ML) en Internet, pero la aceptación del nacionalismo, el tradicionalismo y el anti-racionalismo que he llamado previamente “izquierdismo conservador” tiene una larga historia tanto en las tradiciones socialdemócratas como comunistas de izquierda, incluyendo la base de apoyo del líder laborista británico Jeremy Corbyn.
  • 4. Esta convergencia es fomentada por las ramas de propaganda/inteligencia del Estado ruso, por sus propias razones geopolíticas. Pero también se perpetúa por la falta de voluntad de los socialistas (que han vivido décadas de aislamiento) de luchar entre ellos por la línea política; o, peor aún, por un rechazo más o menos consciente de la solidaridad internacional a favor de mantener el mayor “frente amplio” en casa. Finalmente, hay un pequeño contingente de personas asociadas con la izquierda que han descartado el principio antifascista y ahora apoyan activamente un Querfront (con el Estado ruso, la “alt-right” estadounidense e incluso la administración Trump) contra el globalismo neoliberal. Si bien esta alianza explícita constituye una minoría de la izquierda, debe ser combatida activamente.

Algunos izquierdistas de las redes sociales han expresado su desconcierto por el hecho de que sus antiguos camaradas hayan sostenido teorías de la conspiración en apoyo del brutal régimen autoritario de Siria. Algunos han usado bromeando el término “los de las vainas” — una imagen tomada de la vieja película de terror “Invasion of the Body Snatchers” (La invasión de los ladrones de cuerpos), donde la gente es reemplazada por clones cultivados en vainas por invasores extraterrestres. Prefiero utilizar otro tropo de ciencia ficción, el de la “peste zombie”. En mi opinión, la política rojiparda es el equivalente intelectual de una enfermedad infecciosa que se ha apoderado de gran parte de la izquierda y ha llevado a muchos buenos camaradas a tomar posiciones que les han llevado a apoyar las posturas fascistas. Sigo creyendo que hay una “cura” para esta peste, que se puede recuperar a los buenos activistas de tales posiciones, y que artículos como éste pueden jugar un papel en ello.


¿Política de clase o geopolítica? — contra el “alt-imperialismo”

En un artículo publicado en agosto del año pasado, el académico y periodista británico-pakistaní Idrees Ahmed resumió hábilmente lo que él llama la tendencia “alt-izquierdista” en la política occidental. Su artículo vale la pena leerlo en su totalidad si no estás al tanto de la situación pero aquí hay algunos extractos destacados:

…una corriente de izquierdas que ve al liberalismo y no al fascismo como el principal enemigo. Se distingue principalmente por un inconformismo reaccionario, un resentimiento furioso y una cosmovisión conspirativa.
En sus preocupaciones está más cerca de la derecha: Más alarmados por la victoria de Hillary Clinton en las primarias que por la victoria de Donald Trump en la presidencia; más preocupados por las imaginarias conspiraciones del “Estado Profundo” que por la verdadera subversión rusa de la democracia estadounidense; ansiosos por evitar una guerra global que nadie está contemplando pero apoyando una alianza de EE.UU. con Rusia para una nueva “guerra contra el terror”.
Al igual que la derecha, desprecia a los “globalistas”, ve el internacionalismo como una frivolidad liberal, y su solidaridad se limita a los regímenes represivos en el extranjero…..
Para la izquierda alternativa, el llamamiento de Hillary Clinton a crear una zona de exclusión aérea para proteger a los civiles de Siria era una prueba de que ella quería una guerra global. Donald Trump, por otro lado, iba a proteger a Estados Unidos de la Tercera Guerra Mundial debido a su “mentalidad no intervencionista” (Glenn Greenwald).
Jill Stein y Susan Sarandon insistieron en que Trump era “el mal menor”. Incluso sus bombardeos fueron “consistentes con sul particular punto de vista ‘no intervencionista’ “ (Greenwald & Tracey).

Estos argumentos resultaron convincentes para una pequeña pero significativa minoría de la población votante de Estados Unidos, lo que fue suficiente para trazar el camino en el que nos encontramos ahora. El 10% de las personas que votaron por Bernie Sanders en las primarias demócratas que luego votaron por Trump en las elecciones generales, bien podrían haber inclinado la balanza.
Como se ha sugerido anteriormente, no creo que este tipo de política sea cada vez más frecuente debido a un apaciguamiento consciente frente al fascismo (en la mayoría de los casos). En parte, es el resultado de la lógica en el interior de los argumentos de la “izquierda conservadora” que he señalado que se han convertido en hegemónicos en la izquierda occidental — argumentos basados en el nacionalismo, el tradicionalismo y el antirracionalismo. Pero más recientemente, estas ideas han sido propagadas asiduamente por redes de medios de comunicación extremadamente bien dotadas de recursos (tanto estatales como corporativos), lo que ha llevado incluso a antifascistas acérrimos a adoptar posiciones y argumentos que concuerdan con los principios fascistas.
La cuestión más apremiante, tal como yo lo veo, es que una parte considerable (quizás una mayoría) de la opinión liberal y de izquierda en Occidente ha adoptado una visión unilateral del imperialismo, que tiene más que ver con las ideas fascistas que con la tradición socialista. En el análisis clásico de Vladimir Lenin, formulado contra otros socialistas que pensaban que la globalización capitalista conduciría a la paz mundial, el imperialismo es “la fase más reciente (también traducida como la “etapa más alta”) del capitalismo”. Contra Karl Kautsky, que creía que la globalización capitalista podría conducir al fin de la guerra, Lenin argumentó que la expansión internacional de las empresas capitalistas y su fusión con el poder estatal conduciría inevitablemente a rivalidades militares por los mercados y los recursos.
Sin embargo, parece que gran parte de la izquierda ha adoptado (abierta o discretamente) la idea de que el “imperialismo” sólo se aplica a Estados Unidos, o al grupo de países capitalistas avanzados de los que generalmente se considera que Estados Unidos es el líder. Estados como Rusia o China, por este análisis, no pueden ser imperialistas por definición. Y como la globalización neoliberal es vista como la última estratagema del imperialismo centrado en EE.UU. para lograr la dominación global, el neoliberalismo, la globalización/”globalismo”, el imperialismo y el poder “occidental” están todos colapsados en el mismo significado. Este análisis conspirativo del globalismo neoliberal ve el fenómeno como una estratagema de un estado, una facción de estados o actores dentro de un estado para lograr la dominación mundial. Por el contrario, un análisis sistemático del globalismo neoliberal, siguiendo el de Lenin, lee el neoliberalismo y la globalización como una reacción del sistema capitalista global en su conjunto para expandir sus ganancias. Esto último apunta en la dirección de la solidaridad global entre los oprimidos; lo anterior pone a la izquierda en el mismo campo que los fascistas. (Discutiré lo que yo veo como los orígenes intelectuales de esta interpretación del “imperialismo” en la izquierda más adelante en este artículo).
El “brote” más obvio de esta peste zombie rojiparda es el debate sobre el conflicto en curso en Siria. Dado que la política exterior del Estado norteamericano bajo el presidente Barack Obama y la secretaria de Estado Hillary Clinton (el punto culminante del neoliberalismo hasta la fecha) consistía en hacer frente a la expansión rusa y apoyar (aunque a medias) a los movimientos de liberación de la “Primavera Árabe”, muchos izquierdistas consideran a estos movimientos como enemigos (“marionetas estadounidenses” y/o “terroristas”). Sinceramente, para gran parte de la “izquierda antiimperialista”, es preferible que Bashar al-Assad gasee a niños hasta matarlos en un sótano que que Estados Unidos u otros países occidentales interfieran en esto de alguna manera. Pero la interferencia rusa o iraní para apoyar a Assad no es un problema del que valga la pena hablar, y mucho menos demostrarlo. En esto, la Izquierda “alt-imperialista” imita precisamente los argumentos de la derecha fascista — como se ve cuando los fascistas marchan al lado de los antiimperialistas de izquierda en contra de la intervención occidental en Siria, ambos con imágenes de Assad y Putin.
A continuación, quiero profundizar en un par de artículos de izquierdistas, no entre aquellos que apoyan conscientemente el régimen de Assad o la política exterior rusa, sino los que en la superficie son artículos “antifascistas” que repiten como sentido común las mismas ideas que han permitido a los activistas fascistas caminar de la mano con los izquierdistas antiimperialistas en el tema de Siria.
Mi primer ejemplo es el respetado marxista estadounidense John Bellamy Foster. En medio de un artículo generalmente excelente que argumenta que la administración Trump es de hecho neofascista, el autor ofrece el siguiente resumen de la política exterior de EE.UU. durante la última década:

El empuje de la OTAN hacia Ucrania, apoyando un golpe de derecha en el intento de controlar a Rusia como una superpotencia reemergente, llevó a una resistencia rusa bajo el mando de Vladimir Putin, con la anexión de Crimea y la intervención en Ucrania a lo largo de sus fronteras. Rusia respondió además interviniendo agresivamente en Siria, socavando el intento de Estados Unidos, la OTAN y Arabia Saudita de derribar el régimen de Assad apoyando a fuerzas subordinadas pro-salafistas (comprometidas con la creación de un estado suní fundamentalista)… La mayor parte de la clase dominante y el estado de seguridad nacional estaban fuertemente comprometidos con una nueva Guerra Fría con Rusia, con Hillary Clinton prometiendo introducir zonas de exclusión aérea en Siria, lo que habría significado derribar aviones tanto rusos como sirios, llevando al mundo al borde de una guerra termonuclear global. (énfasis añadido)

Los puntos de discusión subrayados anteriormente -que el derrocamiento del gobierno de Viktor Yanukovych por el movimiento “Euromaidan” en Ucrania en 2014 fue un “golpe de derecha”; que los rebeldes sirios son “sunís pro-salafistas… fundamentalistas”, y que un ataque al apoyo ruso al régimen de Assad nos colocaría al borde de una “guerra termonuclear”- podría haberse sacado directamente de un comunicado de prensa de la embajada rusa. Una rápida búsqueda en Google mostrará que, en el mejor de los casos, son medias verdades engañosas y, en el peor, nada más que propaganda rusa. Para dar una ilustración obvia, las fuerzas turcas derribaron un avión ruso sobre Siria en 2015 — y Donald Trump atacó con misiles objetivos del régimen de Assad en abril de 2017 y en abril de 2018. Sin embargo, curiosamente, la guerra termonuclear aún no ha estallado.
De manera similar, el académico anarquista australiano Ben Debney cita aprobatoriamente un texto de Gary Leupp en el sitio web Counterpunch, un sitio web que ha sido una fuente de mucha propaganda asadista durante los últimos cinco años, que entre las buenas razones para no apoyar a Hillary Clinton ante Trump estaban:

…varias intervenciones de Estados Unidos durante la “Primavera Árabe”; el asalto de Estados Unidos y la OTAN a Libia que destruyó ese estado moderno, etc. (énfasis añadido)

Debney continúa argumentando que “el cincuenta y tres por ciento de las mujeres blancas que votaron por [Trump] podrían haber sentido que tener una mujer presidenta de la orden de los Neocon [neoconservador] no era la opción más liberadora sobre la mesa para las mujeres”. De manera similar, Bellamy Foster argumenta que la presión de Obama y Clinton hacia Rusia condujo a una escisión pro-rusa en la clase dominante, cuyos intereses se expresan a través de Donald Trump.
El argumento que ambos escritores están esgrimiendo es que el ascenso del neofascismo trumpista, o protofascismo, fue en parte alimentado por la política exterior “de halcones” de los neoliberales. Con esto se refieren a apoyar la insurgencia que derribó el “estado moderno” dictatorial y asesino de Muammar Gadafi en Siria; apoyar a ciertas fuerzas rebeldes en Siria (algunas de las cuales, aunque no todas, podrían describirse como islamistas o “salafistas”); o presionar contra los intereses rusos en Europa Oriental.
Peor aún, Trump es visto a veces como un mal menor, no porque sea menos militarista que Obama o los Clinton, sino porque está del mismo lado que Rusia. Cada bomba lanzada sobre objetivos del “Estado islámico” como Raqqa está bien para los izquierdistas que sólo se preocupan por si Rusia apoya o no este caos (y lo hace). Una organización marxista-leninista estadounidense particularmente confusa lo expresó así:

… una presidencia de Clinton habría sido más peligrosa para la clase obrera internacional y los pueblos oprimidos del mundo… Una Clinton presidenta podría haber conducido a corto plazo a una gran guerra entre Rusia y los EE.UU… (Ray O’Light Newsletter, noviembre-diciembre de 2016, p. 4).

¿El fascismo como un mal menor a la confrontación con Rusia? En primer lugar, como ha escrito el periodista estadounidense Charles Davis en varias ocasiones (por ejemplo), la política exterior de Trump era abiertamente más militarista que la de Clinton. De hecho, antes de las elecciones prometió ampliar la actual campaña de bombardeos de Estados Unidos y sus aliados contra objetivos del “Estado islámico” en Siria. Nadie que tuviera una posición de principio en contra de las intervenciones militares estadounidenses podría haber apoyado a Trump ante Clinton. Pero sin duda era posible si apoyabas la política rusa, por ejemplo, en Ucrania y Siria, y querías que los Estados Unidos se ajustaran a esa política.
Curiosamente, también está ausente de estas críticas a los “halcones” neoliberales toda preocupación por los intereses y la agencia de los propios pueblos de los territorios en cuestión. La OTAN intervino para apoyar un levantamiento contra Gadafi; pero ¿por qué hubo un levantamiento? ¿Por qué formarían los sirios facciones armadas, incluso aquellas con un programa “salafista” conservador, en oposición a su régimen? ¿Por qué muchos ucranianos apoyarían a los partidos que buscan unirse a la alianza imperialista de la OTAN como un “mal menor” a la dominación de los intereses rusos? ¿Seguro que eso es lo primero que deberían preguntar los socialistas o anarquistas, dedicados a la democracia radical desde abajo? (Volveré a esta visión “orientalista” de Oriente Medio más adelante.)
Hace 20 años, la difunta académica socialista estadounidense Moishe Postone expuso el argumento en contra de este tipo de política:

Lo que la Guerra Fría parece haber erradicado de la memoria… es que la oposición a un poder imperial no es necesariamente progresista, que también hubo “antiimperialismos” fascistas. Esta distinción se difuminó durante la Guerra Fría en parte porque la URSS se alineó con regímenes autoritarios, por ejemplo, en Oriente Medio, que tenían poco en común con los movimientos socialistas y comunistas, que, en todo caso, tenían más en común con el fascismo que con el comunismo y que, de hecho, buscaban liquidar su propia izquierda. En consecuencia, el antiamericanismo sin más se codificó como progresista, aunque hubo y ha habido formas tanto profundamente reaccionarias como progresistas de antiamericanismo.

Ejemplos del “antiimperialismo fascista” anterior a la Guerra Fría podrían ser el llamamiento del Japón Imperial contra el imperialismo británico y francés para justificar su expansión al este de Asia, o Lehi, el grupo paramilitar sionista en la Palestina gobernada por los británicos que fue explícitamente fascista en algunas fases y rojipardo en otras.
Lo que Postone está llamando aquí es lo que anteriormente he llamado “campismo”, pero que también podría llamarse antiimperialismo rojipardo, o incluso, siguiendo el modelo del “alt-izquierdismo” de Idrees Ahmed, “alt-imperialismo”. Esta es la política en la que el imperialismo es visto sólo como proveniente de un país, o de una alianza de países, y es contrarrestado con la “soberanía nacional” de varios regímenes — no importa cuán autocráticos sean- en vez de con la autodeterminación y la autonomía de los pueblos. El periodista libanés Joey Hussein Ayoub le ha dado el nombre de “antiimperialismo esencialista” al mismo fenómeno: “definido únicamente en relación con los propios gobiernos y no sobre la base de una oposición universal a todas las formas de imperialismo”.
Amar Diwarkar argumenta que esto no es tanto un abrazo consciente de la política fascista, sino:

una tolerancia táctica de la lógica anti-establishment nativista de la extrema derecha para acelerar la disolución del orden dominante y lograr una fase de transición que preceda a la transformación social. Sin embargo, al eliminar la dimensión de lo internacional de su ámbito de aplicación, lo que queda es un relativismo sorprendentemente no radical. Su lógica subyacente está infundida de un inconsciente colonial; una convicción de que la agencia occidental es el sujeto eterno y el lugar del movimiento; el principal motor de la Historia.

Así, aunque Debney es un anarquista que critica fuertemente al estado soviético en Rusia, sus argumentos sobre cómo “el neoliberalismo ayudó a encumbrar a Trump” están de hecho en línea con ese izquierdismo estadocéntricode la Guerra Fría que apoyó a la URSS como el “mal menor” contra el imperialismo capitalista. Las luchas de la gente común en Oriente Medio y Europa del Este se ven en este marco enteramente a través de la lente de si el “poder” de EE.UU. se extiende de ese modo. Los gobiernos de Assad en Siria, Gadafi en Libia o Yanukóvich en Ucrania no son vistos en relación con el pueblo sobre el que reclaman autoridad, sino sólo si apoyan o se oponen a los supuestos diseños de la política exterior de Estados Unidos. El argumento no es sobre el “militarismo”, sino sobre el apoyo instintivo a cualquier Estado que se oponga a la política exterior de EE.UU. — y si son apoyados por la política exterior rusa, tanto mejor.
Bellamy Foster y Debney demuestran que incluso aquellos izquierdistas que reconocen las señales de advertencia del fascismo en su “base” ven a Trump como un posible contrapeso a aquellas partes del gobierno federal estadounidense que supuestamente planean la dominación global a través de la globalización neoliberal. En otro ejemplo reciente, el senador Bernie Sanders, la gran esperanza de la “izquierda” en las elecciones de 2016 contra el neoliberalismo clintonista, expresó su apoyo a la economía proteccionista de Trump. Da igual que los malos sean el “complejo militar-industrial” o “el Estado profundo”, el argumento es precisamente el mismo que el ofrecido por aquellos derechistas que admiten las faltas de Trump pero lo ven como un “antipolítico” que va a Washington para “combatir a las élites” y “drenar el pantano”.
Bellamy Foster y Debney argumentan que, de una manera u otra, “los neoliberales se lo hicieron a sí mismos”. Esto también refleja un argumento hecho por los pro-Trump y otras fuerzas de extrema derecha. La versión derechista del argumento es señalar cualquier apoyo al multiculturalismo, al feminismo o a los derechos queer/trans y decir: “Esta es la razón por la que la gente votó por Trump” (Busca en Google esa frase por ejemplo). Uno más sutil -escuchado tanto en la Izquierda como en la Derecha- es el justamente burlado argumento de la “ansiedad económica”, según el cual los votantes de Trump fueron motivados por la pobreza y la inseguridad causadas por la economía neoliberal. Todas estas narrativas tienen la misma base ideológica: proporcionar una coartada para los votantes de Trump, argumentar que los votantes de Trump no apoyaron “realmente” la declarada ideología xenófoba y militarista de su candidato y su comportamiento misógino.
Las últimas palabras tiene que ir dirigidas a la Ray O’ Light Newsletter, que está de acuerdo con Debney y Bellamy Foster, de una forma más simple y extrema:

En nuestra opinión, un fascista fue elegido presidente de los EE.UU., pero fuertes elementos del fascismo ya habían llegado aquí mucho antes de la elección de Trump… con Trump como presidente, los promotores de ilusiones dañinas sobre Obama, Clinton y los demócratas… estarán en una posición más débil… No debería pasar mucho tiempo antes de que las masas trabajadoras blancas que votaron por Trump hayan tenido suficiente experiencia para comenzar una lucha seria contra este multimillonario reaccionario. (noviembre-diciembre de 2016, págs. 4–5).

En otras palabras, los comunistas alemanes se pavonean: después de Hitler, ¡nosotros! Pero actualizado para una audiencia del siglo XXI.
Así, vemos partes de la Izquierda leyendo las victorias de la extrema derecha como un obstáculo o una “venganza” por el exceso de alcance del globalismo neoliberal -o como un encogimiento de hombros, sobre la base de que nada real ha cambiado o incluso que se están abriendo oportunidades para la Izquierda. Comparten la creencia de que el imperialismo occidental es la gran amenaza para el mundo, más que el expansionismo ruso o chino o los estados autoritarios más pequeños; están de acuerdo en que no se puede confiar en la democracia si puede ser explotada por los movimientos islamistas. Se centran en el Estado (incluso anarquistas como Debney o Noam Chomsky) y premian la “estabilidad y el orden” contra la democracia y la autodeterminación. Su principal interés en el crecimiento de los movimientos de extrema derecha y fascistas a nivel mundial es utilizarlo como un palo para vencer al neoliberalismo. Es como si 1933 nunca hubiera ocurrido.


¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Para que una infección se propague, se necesita tanto un germen (un virus, una bacteria, una espora o similar) como un vector (algo que transporte y transmita el germen). Mi análisis es que el agente de la peste rojiparda es una debilidad política de la izquierda radical que es al menos tan antigua como el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y cuyas raíces se remontan a la Revolución Rusa. También sostengo que el vector de esa peste -la razón por la que ha estallado repentinamente- ha sido el uso armamentístico de las redes sociales llevado a cabo por organizaciones propagandísticas reaccionarias muy bien dotadas de recursos, tanto las que pertenecen al Estado ruso como las que están ligadas a magnates angloamericanos de extrema derecha. La segunda historia es más fácil de contar, así que empezaremos por ahí.


Vector 1: Guerra de información rusa, y de otro tipo

La historia está surgiendo cada vez más de la influencia extremadamente fuerte sobre no sólo la derecha nacionalista en ascenso, sino también sobre gran parte de la izquierda activista, de una operación de propaganda y comunicación extremadamente sofisticada dirigida, por un lado, por agencias del Estado ruso y, por otro, por oscuras redes de multimillonarios derechistas. Las recientes revelaciones periodísticas de Cambridge Analytics, la empresa de “Big Data” propiedad de la familia Mercer (que también es propietaria de la red Breitbart de sitios web nacionalistas blancos), han puesto de manifiesto su influencia no sólo en las elecciones presidenciales de EE.UU. de 2016, sino también en el referéndum británico “Brexit” del mismo año. Estas han sido las mayores victorias para el nacionalismo de derechas desde hace décadas, por mucho que algunas facciones de la izquierda hayan intentado reclamarlas como victorias para nuestro bando (un análisis que he rechazado en artículos anteriores — WiCL, pp. 33–40).
Mientras que los Mercers, y otros multimillonarios activistas estadounidenses como los Koch, están principalmente interesados en desmantelar las instituciones liberales o neoliberales que se interponen en el camino de su rentabilidad, el canal de noticias de la televisión estatal rusa RT y toda una red de sitios web y “granjas de trolls” de redes sociales se dedican abierta o secretamente a oponerse a la globalización neoliberal y a la política exterior intervencionista de Estados Unidos y la UE. El periodista estadounidense Casey Michel da un ejemplo de cómo funciona en la práctica:

Consideremos una de las revistas emblemáticas de la izquierda estadounidense que, a pesar de todo su apoyo a los derechos de los homosexuales, la transparencia del gobierno y el derecho al voto en lo que concierne a la sociedad estadounidense, ha exhibe un enfoque notoriamente blando hacia un régimen que se opone violentamente a todo lo anterior.
La cobertura de los asuntos rusos por parte de The Nation es una vergüenza nacional. RT es un sitio web que da espacio a neonazis como comentaristas “expertos”. Sin embargo, eso no impide que The Nation publique artículos tipo “y tú más” en defensa del canal de propaganda; artículos con el mismo argumento, con exactamente los mismos titulares, que los que se encuentran en las publicaciones nacionalistas blancas.
El grupo de observadores rusos de The Nation se ha ocupado últimamente de dar crédito a los “referendos autonómicos” en Ucrania Oriental, legitimando así la apropiación ilegal y neoimperialista de tierras, o el argumento de que toda la crisis ucraniana fue “instigada por el intento de Occidente… de introducir [a Ucrania] de extranjis en la OTAN”.
El hecho de que estos puntos de vista encajen extrañamente con los de Trump y sus consejeros amigos de Breitbart es quizás otra rareza de esta era de psicosis ideológica. Stephen Cohen, el principal analista ruso de The Nation (y esposo de la jefa de redacción de la revista y editora Katrina vanden Heuvel), incluso ha sido respaldado por David Duke y la esposa del nacionalista blanco Richard Spencer, el padrino intelectual de la “alt-right” pro-Trump, como una voz sensata en lo que respecta a las relaciones entre Estados Unidos y Rusia.
A veces, la sustancia y el estilo de lo que se ha denominado el “alt-izquierdismo” son indistinguibles de los de su homólogo del otro extremo del espectro político. Y los info-guerreros de Moscú parecen apreciar el parecido, ya que la edición estadounidense de Sputnik exhortó a los partidarios de Bernie Sanders a votar por Trump (al igual que el propio Trump, repetidamente).

En Siria en particular, esta mediasfera rusa ha jugado el papel protagonista en la amplificación de las formas más despreciables de conspiracionismo y culpabilización de las víctimas en Siria, como es el caso de la bloguera británica Vanessa Beeley. Un error común, sin embargo, es decir que se trata principalmente de una red de “bots”. Más bien, la guerra de la información es librada igualmente por personas reales, como Ian Shilling o Maram Susli. El periodista británico Jonathan Freedland lamenta la eficacia de las redes sociales para desacreditar el periodismo tradicional:

Es lógico que las redes sociales sean el arma elegida. Se ha comprobado que sus algoritmos favorecen la viralidad sobre la veracidad, difundiendo historias falsas más rápida y ampliamente que las verdaderas. Una misteriosa tuitera pro-Assad, sin ninguna otra existencia rastreable en internet, tiene casi tantos seguidores como el editor de Oriente Medio de la BBC. Mientras tanto, la noticia principal en Google News la mañana después de las elecciones presidenciales de EE.UU. jaleaba a Trump como el ganador de la votación popular — a pesar de que había perdido por casi 3 millones de votos. La tribu se dice a sí misma lo que quiere oír.

El politólogo francés Anton Mukhamedov añade:

Vale la pena recordar que al mismo tiempo que encarcelaba y torturaba a los izquierdistas rusos, el Estado ruso ha estado haciendo un llamamiento para construir un “mundo multipolar”, un eufemismo para denominar una coalición de potencias tradicionalistas y profundamente reaccionarias “euroasiáticas” que luchan contra el “atlantismo”, como lo denomina Aleksandr Dugin, un ideólogo nacional-bolchevique ruso vinculado al Kremlin. De ahí su apoyo a los partidos identitarios de extrema derecha en Europa, a los nacionalistas blancos en Estados Unidos, pero también a los grupos antibelicistas que ven la colaboración con Rusia como la clave para asegurar la paz mundial. Mientras que la visión de Putin parece ser la de unas potencias hegemónicas actuando sin interferencias en su propia esfera de influencia, RT y otros medios estatales han estado anunciando la amenaza de una “nueva Guerra Fría” para instar a la derecha y a la izquierda política a unirse tras la potencia ruso.

Amar Diwarkar sugiere en su excelente artículo “Las permutaciones del asadismo” que el modelo para este discurso ruso sobre Siria es de hecho el hasbara (“explicación”) israelí sobre Palestina:

Esta técnica se caracteriza por una asociación público-privada que une la guerra de información con los objetivos estratégicos del Estado israelí. Multifacética y adaptada a la era digital, es profundamente consciente de que la percepción conforma la realidad. Aunque arraigada en conceptos anteriores de agitprop y censura, el hasbara no busca interferir en el suministro de información contradictoria a las audiencias. En cambio, acepta de buen grado un mercado abierto de opinión. Lo que pretende hacer en este contexto es promover la escucha selectiva limitando la receptividad de las audiencias a la información, en lugar de restringir su flujo…
No es sorprendente entonces que el asadismo haya incorporado con éxito el manual de hasbara en su arsenal. Trágicamente, muchas voces familiarizadas con la desviación y el negacionismo israelí respecto a Palestina también emiten un silencio ensordecedor hacia la contrarrevolución de Assad contra los sirios. La negación se expresa con términos como ‘seguridad’ y ‘contraterrorismo’, el ‘mal menor’ y racionalizaciones islamófobas, a la vez que rutinariamente se formulan acusaciones conspirativas en intentos desesperados de exonerar a un Estado con las manos manchadas de sangre.

La importancia del crecimiento de la influencia personal rusa sobre los líderes de izquierda a largo plazo también debe ser señalada. La izquierda marxista estuvo totalmente marginada en Occidente desde el colapso de los Estados del Pacto de Varsovia a finales de la década de 1980 hasta la era de la guerra de Irak/crisis financiera mundial, 15–20 años después. En aquel momento, muchos consideraban positivo que el Estado ruso deseara amplificar las voces contra la guerra. Pero el suministro ruso de shows pagados en los medios y el hecho de ser tomado en serio se ha convertido en una droga adictiva, a la que muchos izquierdistas estadounidenses y británicos están ahora “enganchados”. Peor aún, esta adicción tiene el efecto secundario de que sus críticas al imperialismo yanqui/europeo son cada vez más indistinguibles de las de ultraderechistas como Alex Jones, que también es promocionado por los medios de comunicación rusos. Casey Michel otra vez:

Tal vez el caso más claro sea el de la candidata presidencial del Partido Verde, Jill Stein, y su circunscripción. En diciembre de 2015, el Kremlin homenajeó a Stein invitándola a la gala de celebración del décimo aniversario de la red de propaganda RT. Más de un año después, sigue sin estar claro quién pagó el viaje de Stein a Moscú y su alojamiento allí. Durante su campaña ignoró múltiples preguntas a este respecto. Sabemos, sin embargo, que Stein se sentó en la misma mesa que Putin y el Teniente General Mike Flynn, que pronto será asesor de seguridad nacional de Trump. También habló en una mesa redonda patrocinada por RT, que usó su presencia para criticar el “desastroso militarismo” de Estados Unidos. Después, en la Plaza Roja de Moscú, Stein describió el acto como “inspirador”, y continuó diciendo que Putin, a quien definió como un político inexperto, le dijo que él “estaba de acuerdo” con ella “en muchos temas”.
Stein se presenta a sí misma como una defensora de las clases bajas y del medio ambiente, y una adversaria del Estado policial y de los medios de comunicación corporativos, y sin embargo parece disfrutar de su unión de espíritus puros con un oficial de inteligencia cleptócrata que arrasa los bosques y detiene o mata a periodistas críticos e invade países extranjeros. Su verdadero denominador común, por supuesto, es que tanto Putin como Stein se oponen obstinadamente a la política exterior de Estados Unidos.

Es importante entender que ni el estado ruso, ni los Mercers o los Kochs, están particularmente interesados en apoyar el “fascismo” o en promocionar la política verde. Lo que les interesa es utilizar estrategias mediáticas sofisticadas para construir un bloque populista contra el liberalismo y a favor de la soberanía ilimitada de los Estados nacionales. Los medios de comunicación rusos, en particular, amplifican las voces “antiglobalización y antiimperialistas” de la izquierda hasta conseguir que las audiencias occidentales puedan oponerse a las interferencias con la política exterior rusa.

Sin embargo, la respuesta no es tan simple como “Rusia lo hizo”. Las teorías de conspiración sobre cómo los movimientos de masas y los levantamientos en todo el mundo son “guerras por delegación de la CIA” revelan una suposición incorrecta y chovinista de que nada puede suceder a menos que una Gran Potencia u otra lo haga. En este caso, es importante señalar que no tendríamos el Brexit ni al presidente Trump si no existiera previamente una considerable audiencia masiva de ideas xenófobas y reaccionarias. Este artículo sostiene que la izquierda ha fracasado en su misión histórica al convertirse en parte de la audiencia del antineoliberalismo unidimensional alineado con los mensajes fascistas.
Diagrama de Alex Reid Ross sobre la interacción entre el aparato propagandístico ruso y los grupos fascistas o rojipardos https://hummusforthought.com/2018/03/16/the-multipolar-spin-how-fascists-operationalize-left-wing-resentment/

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Vector 2: redes rojipardas

Otra parte del rompecabezas es una red real y creciente de, no grupos o activistas influenciados por la ideología rojiparda, sino activistas rojipardos conscientes de sí mismos — es decir, gente que quiere crear una alianza o fusión entre la Izquierda radical y la Derecha nacionalista/fascista. Esta creciente red fue expuesta a principios de este año en una entrada de blog seudónima extremadamente larga, pero completa y reveladora, titulada “An Investigation into Red-Brown Alliances” [ii]. La introducción del autor confirma nuestra sospecha de que Siria es la “Zona Cero” del estallido de la política rojiparda:

Este largo post comenzó como una investigación sobre la izquierda y Siria que empecé después de leer en el blog de Sol Process la publicación de tres posts sobre oscuras fuentes pro-Assad usadas en círculos izquierdistas… y que más tarde se expandió a una investigación más extensa, así como una crítica interna izquierdista de la crisis actual de la izquierda desde una perspectiva radical izquierdista, internacionalista y antifascista.

El artículo merece una lectura completa, pero merece la pena reseñar algunos puntos aquí:

  • Explica la tradición política de la “Tercera Posición” (es decir, una posición anticapitalista y anticomunista), un fascismo que incluye retórica socialista y una alianza con movimientos anticolonialistas del Tercer Mundo como los de Gadafi, Robert Mugabe o Hezbolá en Líbano. Crucialmente, algunos de estos fascistas terminaron viendo a la Unión Soviética como el mal menor — como dijo el intelectual fascista francés Alain de Benoist en 1982: “Mejor usar el casco de un soldado del Ejército Rojo que vivir a dieta de hamburguesas en Brooklyn”. Esto debería ser una sobria advertencia para cualquiera que piense que la nostalgia soviética es en sí misma una defensa contra las simpatías fascistas.
  • Señala que los fascistas intentaron apoderarse de la sección de Berlín Occidental del Partido Verde en 1980 — un evento con ecos ominosos para el actual dominio de la tendencia Jill Stein / David Cobb en el Partido Verde EE.UU.. Mientras tanto, la candidata presidencial de los Verdes en 2008, Cynthia McKinney, es también una veterana proveedora de teorías de conspiración de “Rothschild/Soros” que son un antisemitismo apenas velado.
  • Menciona el dilatado movimiento Lyndon LaRouche, cuyos acólitos pueden verses vendiendo el trabajo de sus líderes en las calles de Melbourne. LaRouche comenzó en el trotskismo estadounidense, y luego hizo girar su sectaria organización hacia un abrazo a la extrema derecha. Después de acusar a Barack Obama de ser un nuevo Hitler, ahora defienden una línea pro-Trump y pro-Putin.
  • Analiza el Partido Nacionalista Socialista Sirio (SSNP), un partido fascista de la vieja escuela que forma parte de la coalición de gobierno de Bashar al-Assad en Siria y que recientemente se ha descubierto que financia al destacado demócrata estadounidense de izquierdas Dennis Kucinich.
  • Describe varios “think-tanks” internacionales, sitios web y conferencias contra la globalización neoliberal que son patrocinados y apoyados por socialistas antiguerra de izquierdas, teóricos de la conspiración fascista y de derechas, y aquellos que han evolucionado en una extraña mezcla de ambos.
  • Detalla los fuertes lazos existentes entre muchos de estos activistas del Querfront y “Novorossiya”, los Estados separatistas del Este de Ucrania que son apoyados por Rusia. (La repetida defensa de Jill Stein de los separatistas de habla rusa en Ucrania basándose en que “Ucrania antes era parte de Rusia” causó estupor en las elecciones de 2016).

Si has podido llegar hasta el final de este artículo tan largo, no te quedará ninguna duda de que el fascismo es un camaleón capaz de abrirse camino en el movimiento socialista, verde, anticolonialista y todas las demás clases de movimiento progresista para difundir su mensaje de etnocentrismo y autoritarismo, si no se saca a la luz su verdadera naturaleza lo antes posible.
Anton Mukhamedov entra en más detalles:

… la amenaza de una convergencia entre el rojo y el pardo se cierne sobre Siria tras los ataques, ya que las recientes protestas contra la guerra han reunido a los autodenominados izquierdistas y a aquellos individuos cuyas carreras giran en torno a atacar a los izquierdistas y las minorías.
Que el ex líder del Partido Nacional Británico, Nick Griffin, diga que condiciona su apoyo a Jeremy Corbyn a que este último no atribuya a Assad la responsabilidad del último ataque químico en Douma, debe ser motivo de preocupación. En lugar de echar un vistazo a lo que podría atraer a los nacionalistas británicos del programa del líder laborista, algunos izquierdistas afirmaron que Griffin simplemente “vio la luz”.
Aún más alarmante, el bloguero neonazi Tim Gionet, conocido como “Baked Alaska”, quien previamente asistió al mitin de Unite the Right en Charlottesville, apareció junto a la coalición ANSWER de Los Ángeles en una marcha con banderas del régimen sirio. También se inundaron con imágenes de Bashar al-Assad y Vladimir Putin varias marchas de Stop the War.
En lugar de “ver la luz”, los reaccionarios que se infiltran en los espacios de izquierda se mantienen fieles a sus posiciones e intentan subvertir a los movimientos que se consideran progresistas en favor de un enfoque pseudoantimperialista y reaccionario de la geopolítica, que carece de toda preocupación por los civiles y defiende, bajo la apariencia de un antiimperialismo secular, a un dictador despiadado y sectario que ha ejecutado a miles de personas y sigue cometiendo crímenes contra la humanidad…..
Hace un mes, un artículo publicado por el Centro Legal para la Pobreza del Sur (Southern Poverty Law Center) describía una escena política propicia para la existencia de colaboraciones apenas ocultas entre la extrema derecha y una fracción de la izquierda occidental, como la coalición estadounidense ANSWER o el Partido para el Socialismo y la Liberación (Party for Socialism and Liberation), con argumentarios de política exterior similares a los de los nacionalistas blancos. El autor describía una sorprendente conexión en relación a Siria, establecida por movimientos como la coalición “Hands Off Syria” y grupos de reflexión inspirados en una ideología fascista rusa llamada “eurasianismo”, que comparten la misma afinidad por la intervención militar rusa en Siria. Muy pronto, el artículo, escrito por el profesor de la Universidad Estatal de Portland y experto en fascismo Alexander Reid Ross, fue retirado debido a una amenaza de demanda formulada por uno de los mencionados en el artículo [Max Blumenthal — DL].

Otras voces occidentales destacadas que piden un Querfront entre la izquierda radical y la derecha nacionalista/trumpista contra el globalismo neoliberal incluyen a Cassandra Fairbanks, una activista antipolicía de los medios sociales que cambió públicamente su lealtad de Bernie Sanders a Trump. La bloguera australiana Caitlin Johnstone se ha convertido en una especie de celebridad por sus llamamientos a la izquierda para que colabore con la derecha trumpista contra “el establishment” (es decir, el globalismo neoliberal):

“Los izquierdistas tenemos que atacar a la clase dirigente en todo momento y hacer circular la conciencia de lo que realmente está sucediendo en el mundo, y si esto significa colaborar con la derecha, deberíamos hacerlo… Cernovich y yo probablemente discrepamos en más cosas de las que coincidimos ideológicamente, pero en lo que sí estamos de acuerdo es que es absolutamente estúpido que no trabajemos juntos” (citado aquí).

Michael Cernovich, para quienes no lo sepan, es un blogero de la “alt-right” y uno de los principales promotores del bulo del “Pizzagate”, una teoría de la conspiración sin fundamento sobre Hillary Clinton y otros demócratas de alto rango de que forman parte de una red de tráfico de niños. Otros de los motivos de la fama de Johnstone ha sido la repetición de artículos que afirman que la investigación sobre los vínculos entre Trump y Rusia es una estafa clintonista totalmente falsa. Johnstone ahora tiene el honor de haber sido recomendada nada menos que por el músico británico Roger Waters, anteriormente de Pink Floyd. Este último, un activista de izquierdas y pro palestino de largo recorrido, ha estado repitiendo recientemente en vivo en el escenario la negación de los ataques químicos en Siria y la teoría de la conspiración de origen ruso (algo que probablemente no es ajeno, una vez más, al espacio mediático que se le ha dado en la red de RT por sus puntos de vista políticos).
Alexandr Dugin fue mencionado brevemente más arriba, pero el analista geopolítico estadounidense Eric Draitser explica su papel central en la política rojiparda moderna en otro excelente artículo que merece una larga cita:

Dugin es ampliamente considerado como una figura muy influyente en los círculos políticos rusos — sus Fundamentos de Geopolítica sigue siendo un texto obligatorio para los oficiales militares rusos….
Una de las obras más importantes de Dugin es La Cuarta Teoría Política (4PT), un manifiesto pseudo-intelectual de la política fascista que evita las etiquetas políticas del siglo XX en favor de una “nueva síntesis” para un nuevo siglo….. La esencia de 4PT es sólo una variante reenvasada del tercer posicionismo desde una perspectiva abiertamente fascista. Hace un llamamiento a la alineación directa y a la alianza de fuerzas en la extrema izquierda y extrema derecha para atacar el centro. Incluso la página principal del libro dice: “Más allá de la izquierda y la derecha, pero contra el centro”. ¿Te suena familiar?
…su política 4PT del siglo XXI se basa en la idea de una colaboración necesaria entre una izquierda pasada (comunistas, socialistas, etc.) y una derecha pasada (fascistas). Dicho de otra manera, Dugin está rebautizando al fascismo como algo claramente nuevo, separado de el negro legado histórico del nazismo y del fascismo italiano, algo muy necesario en nuestro mundo “postmoderno”. Por supuesto, hay que señalar que cuando Dugin dice “postmoderno” se refiere al multiculturalismo, la igualdad de género, los derechos LGBTQ+, el ambientalismo, el anticolonialismo, el antirracismo y, en general, todo lo que se ha convertido en fundamental para la izquierda en los últimos 50 años.
… esta es precisamente la estrategia duguinista, penetrar en la izquierda a través del antiimperialismo y unirla con la extrema derecha en una visión común pro-rusa. Esa es la agenda de Dugin, y gente como Johnstone resulta muy útil para ese fin. Sólo con observar el número de presuntos progresistas que rechazan con razón las narrativas de los medios corporativos estadounidenses si no están respaldadas por pruebas contundentes, pero que a la vez creen que las informaciones de los medios rusos y los comunicados de prensa del Kremlin son las escrituras sagradas, puedo ver que esa estrategia es bastante efectiva.

[ii] Una excelente fuente de noticias sobre las actividades rojipardas y del Querfront fue el blog Reft or Light (http://reftlight.euromaidanpress.com/), con sede en Ucrania, que reimprimió algunos de los artículos anteriores de Fightback sobre este tema. Lamentablemente, ya no parece estar actualizado.


Los gérmenes del virus rojipardo

Germen 1: Confusión política y desesperación

Ahora quiero volver a la cuestión del agente de la peste zombie rojiparda, es decir: ¿cuáles son las debilidades políticas de la izquierda existente que la llevó a ser arrastrada a este moderno Querfront?
Parte de la respuesta es un análisis erróneo de la situación. La política rojiparda a veces se llama “confusionismo”, ya que se basa en la confusión existente en la izquierda conscientemente antifascista sobre lo que es en la práctica un movimiento fascista o reaccionario. Como dije en el artículo anterior, el fascismo actúa como un parásito social, mezclándose con su anfitrión para explotarlo. La izquierda activista ha pasado los últimos 30–40 años luchando contra el globalismo neoliberal, que busca abolir no sólo cualquier frontera al capital y al comercio, sino también el estado de bienestar tal como lo conocíamos antes. Como dije en “Contra el izquierdismo conservador”, esta larga batalla defensiva ha significado que gran parte de la izquierda no ve un horizonte socialista más allá de un retorno a la socialdemocracia al estilo de los años 60 (de ahí el apoyo vertiginoso y acrítico a los que proponen estas políticas, como Bernie Sanders o Jeremy Corbyn).
En cuanto al “fascismo”, el término se ha utilizado vagamente para describir el ala autoritaria del neoliberalismo: la dictadura de Pinochet en Chile, o el éxito neoliberal de derechas como Thatcher y Reagan. Así que cuando los fascistas modernos más inteligentes enfatizan su oposición al “libre comercio” y al “globalismo” y hablan de “apoyar a los estados soberanos contra la intervención extranjera”, no es de extrañar que muchos de los activistas actuales de izquierda no reconozcan en ellos a nuestros peores enemigos. Vale la pena citar mi “Contra el izquierdismo conservador” sobre este tema:

No argumentamos que el izquierdismo conservador es lo mismo que la política “rojiparda”. Lo que argumentamos es que no ofrece ninguna protección intelectual contra ella. El argumento es que la política “rojiparda” (y su primo, el fascismo absoluto) se ha ido afianzando cada vez más en los movimientos activistas de todo el mundo precisamente porque el izquierdismo conservador no tiene forma de argumentar en su contra. Por ejemplo, los izquierdistas conservadores de Aotearoa/Nueva Zelanda publican alegremente memes procedentes de facciones de extrema derecha de Estados Unidos o Gran Bretaña, porque no tienen forma de diferenciar la antiglobalización radical de la reaccionaria.
A escala internacional, rojipardos e izquierdistas conservadores se unen para aplaudir el bombardeo ruso de Siria y el estrangulamiento de su revolución en nombre de la “lucha contra el terrorismo islamista”, y la creencia de que las bombas rusas son de alguna manera mejores que las estadounidenses. De manera similar, la islamofobia conservadora de izquierda (incluyendo, tristemente, a los Socialistas Revolucionarios de Egipto) apoyó el golpe militar del General al-Sisi contra el gobierno de Morsi en Egipto en 2012, respaldado por los islamistas y democráticamente elegido. (WiCL, pp. 18–19)

Otro posible factor en el abrazo izquierdista a la geopolítica como principio rector es la desesperación ante la impotencia de las fuerzas obreras o revolucionarias realmente existentes, y por lo tanto una identificación vicaria con cualquier fuerza que parezca capaz de ofrecer cualquier tipo de alternativa a la globalización neoliberal. Moishe Postone describió un fenómeno similar de una generación anterior de activistas:

la nueva glorificación de la violencia de finales de la década de 1960 fue causada por una severa frustración de la facultad de acción en el mundo moderno. Es decir, expresaba una desesperación subyacente con respecto a la eficacia real de la voluntad política, de la agencia política. En una situación histórica de mayor impotencia, la violencia expresaba la rabia de la impotencia y ayudaba a suprimir esos sentimientos de impotencia. Se convirtió en un acto de autoconstitución como outsider, como otro, más que en un instrumento de transformación….
La noción de resistencia, sin embargo, dice poco sobre la naturaleza de lo que se está resistiendo o de la política de la resistencia involucrada, es decir, el carácter de formas determinadas de crítica, oposición, rebelión y “revolución”. La noción de resistencia expresa con frecuencia una cosmovisión profundamente dualista que tiende a reificar tanto el sistema de dominación como la idea de agencia.

Esta cita -escrita antes de la invasión de Irak- parece describir perfectamente el período actual, en el que los líderes religiosos totalitarios de Irán describen su apoyo a la dictadura totalitaria laica en Siria como parte de un “Eje de Resistencia” — y muchos activistas y escritores occidentales de izquierda están dispuestos a tomar en serio esta autodescripción de los regímenes opresivos, como si Assad o los mulás iraníes hablaran en nombre de su pueblo en lugar de explotarlo y victimizarlo.
Un tercer factor es quizás el más simple: el pequeño tamaño de la izquierda activista, y su aislamiento de las comunidades en cuyo nombre teóricamente habla, lleva no sólo a las presiones del “pensamiento de grupo” (una falta de voluntad de separarse de la opinión mayoritaria), sino también a una especie de “nihilismo” en el que las narrativas más populares son aquellas que dicen a la comunidad lo que quiere oír, y maldita sea la exactitud o incluso la verdad. Esta es, por supuesto, una versión en miniatura del modelo de negocio de FOX News. El periodista estadounidense Charles Davis comenta:

Las pequeñas mentiras inocentes no sirven para alcanzar grandes fines cuando los medios de acción son percibidos como una expresión de la verdadera política de uno mismo. Sin embargo, cuando se formulan con aire petulante, mantienen a los que no están alienados en un estado de ánimo elevado, y como nos enseña la crítica izquierdista de los media, los clics en las noticias que son falsas, siempre exceden los clics en el análisis (enemigo) que las corrige. Eso asegura un flujo constante de carnaza digital, contenido engañoso e ingresos algorítmicos, recogiendo más donaciones para Patreon [plataforma de micromecenazgo para artistas] en la biografía, y así sucesivamente una y otra vez, hasta que todos nos desconectemos por última vez.

Esto me recuerda el comentario de Jodi Dean en Crowds and Party de que, en el fragmentado escenario social-mediático de la izquierda del siglo XXI, el ostracismo y la persecución de los puntos de vista disidentes y la voluntad de poner la ideología por delante de los hechos son a veces peores que la obediencia dentro de un partido estalinista al viejo estilo monolítico (p. 219 — ver mi reseña).
Un último factor puede ser un apetito “optimista” por pintar cualquier corriente popular contra el centro neoliberal como de origen progresista; desde este punto de vista, sugerir que las ideas racistas, misóginas o incluso fascistas podrían ser populares entre los votantes (sobre todo blancos) se interpreta como una calumnia inaceptable contra la clase obrera. Esto probablemente puede incluirse de manera más justa en la categoría de “ilusiones”.

Germen 2: “Las naciones proletarias” — la convergencia ML/fascista

Algunos sostienen que el verdadero problema es la influencia de la política “estalinista”, “marxista-leninista” o “tankie”, es decir, la nostalgia por la Unión Soviética y la defensa de Estados contemporáneos como Corea del Norte, Cuba y a veces incluso China. Obviamente, históricamente, los partidos comunistas estalinizados de Occidente han tenido una gran influencia en la opinión socialdemócrata y liberal, llevándolos al menos hacia una posición de “mal menor” sobre tales estados. El socialista inglés Ben Watson escribe sobre la política de izquierda británica durante la Guerra Fría:

La idea de que el capitalismo de estado ruso era cualitativamente diferente del capitalismo occidental condujo a una política abstracta que pasó por alto las atrocidades del imperialismo militar ruso y su bomba atómica; en Gran Bretaña, alentó un reformismo que abandonó la lucha de clases en favor del electoralismo del Partido Laborista y las promesas de nacionalización (Art, Class and Cleavage, p. 67).

Los paralelismos con los “socialistas revolucionarios” convertidos en partidarios acríticos de la dirección de Jeremy Corbyn del Partido Laborista deberían ser obvios. Pero, ¿tiene esta política alguna relevancia para la situación de Rusia/Siria? Está claro que Rusia es ahora un Estado capitalista, dirigido por un hombre fuerte de derechas con vínculos extremadamente fuertes con oligarcas multimillonarios y el crimen organizado, cuyo único vínculo con el Estado fundado por Joseph Stalin es la nostalgia del estatus de superpotencia. En Siria, es cierto que Hafez al-Assad nacionalizó gran parte de la economía siria, pero luego comenzó a privatizarla de nuevo en la década de 1990, y su hijo Bashar ha seguido el ejemplo. ¿Qué podría estar persuadiendo a los marxistas-leninistas -que no apoyaron regímenes nacionalistas autoritarios como el de Assad en los años ochenta- para hacerlo ahora? ¿Y qué hay de la influencia sobre -por ejemplo- el SWP (Socialist Workers Party) británico y sus escisiones, como Counterfire, que una vez declaró con orgullo “Ni Washington ni Moscú” en la Guerra Fría y se negó a defender cualquier régimen autoritario?
Un artículo reciente de un grupo de activistas estadounidenses que se autodenomina “Left Wind Collective” sugiere que la explicación no es tan simple como culpar al “estalinismo”. Identifican dos grupos como la columna vertebral de lo que hoy en día se llama la política del “LD” en los Estados Unidos:

  • Grupos que remontan su herencia al “Nuevo Movimiento Comunista” de la década de 1970, que eran partidarios más o menos críticos de Mao Zedong en China (como el Partido Comunista Revolucionario de Bob Avakian);
  • Grupos que rastrean su herencia hasta Sam Marcy, quien lideró una escisión del Partido Socialista Obrero Trotskista de los Estados Unidos, debido la oposición del US-SWP a la invasión rusa de Hungría. Los “marxistas” formaron más tarde el Partido Mundial de los Trabajadores (WWP), del que más tarde se escindió el Partido del Socialismo y la Libertad (PSL). Es crucial señalar que los activistas del WWP y del PSL son extremadamente centrales en la política contra la guerra en Estados Unidos (a través de la coalición ANSWER); y han sido los más claramente pro-Assad, pro-Rusia en el conflicto sirio.

El hecho de que una de las principales tendencias “marxista-leninistas” de Estados Unidos provenga de hecho del trotskismo complica la idea de que el conflicto aquí es el mismo que en las luchas sectarias de los años ochenta y noventa. De hecho, lo que mantiene unidas a las dos facciones -que podríamos llamar tendencias “post-Mao” y “marxista”- es la misma actitud hacia el imperialismo que examinamos anteriormente. En 1966, el socialista británico Nigel Harris describía la geopolítica soviética bajo Stalin de la siguiente manera:

La lucha de clases que permaneció en una posición destacada fue transferida de la escena nacional a la internacional, donde se identificó con una lucha nacionalista. La clase se atribuía entonces a grupos o individuos según su posición internacional o, más específicamente, su actitud hacia la Unión Soviética… En última instancia, se decía que la lucha tenía lugar entre ‘las naciones proletarias’ y ‘las naciones burguesas’ que, en la práctica, no decía nada sobre la estructura de clase de esos países porque ‘países proletarios’ sólo significaban países pobres, predominantemente campesinos (en absoluto ‘proletarios’), impulsados explícitamente por la repulsión nacionalista a la explotación imperial, y ‘países burgueses’ significaba sólo países ricos antisoviéticos….
Li Dazhao [un antiguo comunista chino que murió en 1927] que tampoco tenía ningún interés en el papel dinámico de las clases chinas domésticas, y ponía un especial énfasis en la lucha antiimperialista y antiextranjera; también identificó a China en su conjunto como una ‘nación proletaria’ y a las razas blancas como la clase dominante mundial.

En consecuencia, el PCR estadounidense utilizó este concepto en 1973 para describir a los afroamericanos como “una nación compuesta principalmente por trabajadores: una nación proletaria”. Compárese con la descripción que hace Left Wind del concepto marxista de “guerra de clases global”:
En esta formulación, el mundo está cada vez más polarizado en dos “campos de clase”: uno, el de la burguesía imperialista y el otro, el de la clase obrera global, los países socialistas y los movimientos de liberación nacional.
Así, Sam Marcy, proveniente del enfoque trotskista de que la represiva dirección burocrática de Stalin había traicionado a la Revolución, terminó apoyando a los tanques rusos que aplastaban el levantamiento obrero en Hungría en 1956. La fuerza del bloque militar dirigido por los soviéticos era más importante que la lucha de clases de los trabajadores húngaros contra su burocracia local del Partido Comunista. Sólo queda añadir que la idea de una “nación proletaria” luchando contra los “burgueses” también fue adoptada por movimientos fascistas. En realidad se originó en los escritos del nacionalista italiano Enrico Corradini y más tarde fue adoptada por el propio Mussolini, para argumentar que el imperialismo italiano en el norte de África estaba justificado y era moralmente superior al imperialismo de las “Naciones Plutocráticas” como Gran Bretaña o Francia.
Creo que esta idea de “naciones proletarias y burguesas” -subordinando o incluso eliminando la lucha de clases o los movimientos democráticos dentro de los países- es el acuerdo programático esencial entre fascistas y “tankies”[iii]. Los argumentos utilizados por los “nacionalistas proletarios” italianos sobre su país son imitados por los de izquierda y derecha que lamentan la histórica “humillación” (es decir, la pérdida del estatus de superpotencia) de Rusia, para defender su derecho a intervenir en Ucrania y Siria y a anexionarse Crimea. La diferencia entre las versiones de “izquierda” y “derecha” de esta narrativa sería la diferencia entre describir a Rusia como una nación “explotada, no imperialista” o incluso “proletaria”, oponiéndose a la hegemonía de EE.UU. y Europa Occidental, y describir a Rusia como la encarnación del tradicionalismo cristiano, oponiéndose tanto al islamismo como al globalismo secularizador. Ambas narrativas terminan en el mismo lugar.
Este análisis del argumento estándar “antiimperialista” como “rojipardo” -en el sentido de ser indistinguible de un argumento fascista basado en los derechos de la soberanía nacional- es repetido por muchos otros en la izquierda. Como para confirmar este análisis, el blog “Investigation into Red-Brown Alliances” (Investigación sobre las Alianzas Rojipardas) citado más arriba documenta las alianzas del WWP con partidos explícitamente rojipardos en la antigua Unión Soviética, como el Partido Comunista Obrero Ruso, o Borotba en Ucrania.
En palabras de un crítico de Twitter:

la mayor parte de lo que pasa por ser un razonamiento izquierdista “antibélico” hoy en día se asemeja más a lo que había sido una crítica derechista de la hegemonía e inconscientemente continúa la tradición olvidada del antiimperialismo fascista

Y otro:

Cuando el ML de Twitter habla del imperialismo, suena menos como un análisis estructural del imperialismo basado en la teoría marxista-leninista y más como que copiaron el guión de los que creen que hay conspiraciones ‘globalistas’ por todas partes
Si esto se limitara sólo a los autodenominados “marxista-leninistas” -o a Twitter- sería una curiosidad de interés sólo para los estudiantes de la subcultura de izquierdas. Pero como expliqué en una sección anterior, esta idea de “sentido común” del imperialismo como idéntico a la “hegemonía yanqui-europea” es repetida por las voces de la corriente principal de la izquierda, y cada vez más, por la dirección del Partido Laborista Británico, en el que tantos izquierdistas han depositado sus esperanzas. Este es el verdadero problema.

Germen 3: Islamofobia y centrismo occidental

El veterano marxista estadounidense Louis Proyect sugiere que, al menos en lo que concierne a Siria y Libia, existe otro factor involucrado:

…la islamofobia profundamente arraigada en el 11-S. En ese entonces, Christopher Hitchens se ganó el desprecio de la mayoría de nosotros en la izquierda por sus estrechos lazos con la administración Bush. Aunque cada vez era más obvio que la invasión de Afganistán e Irak se basada en una montaña de mentiras, Hitchens le dio carta blanca a la administración Bush porque veía a al-Qaeda como la mayor amenaza a la “civilización occidental” desde Adolf Hitler.
Hoy en día, hay un ejército virtual de periodistas que combinan el periodismo de mala calidad de Judith Miller y la virulenta islamofobia de Christopher Hitchens en nombre de una nueva cruzada contra la “amenaza salafista”. Pero en lugar de ser el perro faldero de George W. Bush, funcionan como engranajes de la maquinaria propagandística del Kremlin y del Estado [sirio] baazista. Su odio por el “yihadismo” es tan profundo que justifican el bombardeo de hospitales en Idlib porque [la milicia siria antes afiliada a Al Qaeda] tiene un punto de apoyo allí. La capacidad de muchos izquierdistas de lamentar los crímenes de guerra en Yemen y ahora en África, mientras aplauden los asesinatos en masa rusos y sirios, es un defecto del tipo de movimiento en el que nos hemos convertido, mostrando el mismo tipo de cínica mentalidad de “el fin justifica los medios” que destruyó al Partido Comunista Estalinizado.

En el período de la guerra de Irak, la izquierda rechazó de plano la retórica de la “Guerra contra el Terrorismo”, cuando ésta procedía de George W. Bush y Tony Blair en 2003. Rechazamos la idea de que las bombas, la ocupación y la invasión fueran la respuesta correcta a las pequeñas redes de nihilistas islamistas que habían adoptado la táctica de los ataques contra la población civil occidental. Sin embargo, cuando una retórica muy similar viene de Vladimir Putin sobre Siria (y, para el caso, sobre Chechenia), gran parte de la izquierda la acepta con alegría, incluso hasta el punto bárbaro de que hasta los bombardeos con gas de cloro contra objetivos civiles pueden ser aceptados si se puede decir que esos civiles son “islamistas” o “salafistas”.
El trasfondo izquierdista-islamofóbico de esto ha sido señalado por el académico australiano Ghassan Hage:

Un Assadista es alguien que cree en la “dictadura del seculariado”. Piensan que la parte ‘laica’ en el concepto de ‘dictadura laica’ pesa mucho más que la parte ‘dictadura’.

La historia de la relación entre las corrientes socialista e islamista es larga y complicada y este artículo no puede entrar en detalles (aunque un intento ligeramente anticuado de 1994 puede ser útil para algunos lectores). Esta historia es profundamente contradictoria, pero una regla empírica adecuada sería decir que, al igual que el activismo político motivado por el cristianismo, el “islamismo” puede adoptar formas democráticas o autoritarias, progresistas o reaccionarias. Ponerse instintivamente del lado de “los secularistas” en cualquier conflicto de este tipo es una forma burda de orientalismo que dispensa a los izquierdistas occidentales de entender realmente las luchas en una sociedad no occidental. El periodista escocés-egipcio Sam Charles Hamad lo resume así:

Lo importante no es que ignoremos de las partes de la ideología de fuerzas supuestamente islamistas o de raíz islamista con las que discrepamos, sino que reconozcamos que en las luchas de liberación contra las tiranías seculares o los opresores, el islamismo es una expresión importante de la oposición a ello, nos guste o no, con una base popular arraigada en las mismas demandas de libertad que dan forma a estas revoluciones. Esto es tan cierto en Siria y Egipto como en Palestina.

De hecho, una de las grandes ironías de la reacción de la izquierda a la revolución siria es el contraste en su relación con la lucha palestina. Dado el hecho de que los únicos grupos de resistencia activa a Israel son todos islamistas, siendo el más grande, Hamás, islamista Ikhwani. Hamás se comprometió inicialmente con la democracia islámica, pero se vio obligado a suspender la democracia después de ser atacado casi inmediatamente por Fatah, respaldado por Israel, los EE.UU. y el Reino Unido. Luego está la Yihad Islámica Palestina, originalmente establecida como la rama palestina de la Yihad Islámica Salafista Egipcia, pero ahora mucho más parecida a Hamás en términos de ideología: el islamismo entrelazado con el nacionalismo palestino.

Hasta cierto punto, esta islamofobia es una forma disfrazada del “antiimperialismo esencialista” de Ayoub, tal y como se ha descrito anteriormente: la izquierda occidental pone sus preocupaciones y prioridades parroquiales por encima de las necesidades y la experiencia de los extranjeros que no hablan nuestra lengua. Como señalaba un comentarista de Twitter: “Al enfocar todos los conflictos alrededor de lo que hace Occidente, estos ‘activistas’ despojan al Segundo y Tercer Mundo (particularmente a los de piel oscura) de toda influencia moral”. Robin Yassin-Kassab está de acuerdo:
Este hábito de pensamiento -por el cual los verdaderos tormentos de la gente lejana son empequeñecidos en significado e impacto por las maquinaciones imaginarias del único Estado que importa, el estadounidense- es deprimentemente común… Racismo extraño y parcial, como si las palabras de la gente blanca entraran en el tejido cósmico tan inevitablemente para determinar la historia de la gente morena en los años venideros. Los escritos, las protestas y las batallas de los sirios no significan nada en comparación.
Al igual que su coautora, Leila al-Shami:

Esta izquierda pro-fascista parece ciega a cualquier forma de imperialismo de origen no occidental. Combina la política de identidad con el egoísmo. Todo lo que sucede se ve a través del prisma de lo que significa para los occidentales — sólo los hombres blancos tienen el poder de hacer historia.

Por lo tanto, tenemos una combinación de islamofobia con “alt-imperialismo” y antineoliberalismo extremadamente unidimensional. Que las fuerzas armadas estadounidenses de Trump bombardeen hasta la aniquilación los objetivos del “Estado islámico” con el apoyo ruso no supone ningún problema, pero el miserable apoyo de Obama y Clinton a los movimientos democráticos de Siria (algunos de los cuales podrían haber sido islamistas) fue visto como una provocación hacia la guerra nuclear. Este es el punto donde la derecha fascista y cuasi fascista encuentra la unidad con gran parte de la izquierda existente, ya sea de origen marxista, socialdemócrata o anarquista.

¿Qué hay que hacer?

Robin Yassin-Kassab, a quien hemos citado repetidamente, da su propia sugerencia en una entrada reciente de su blog:

Si las personas que se consideran izquierdistas quieren tener alguna influencia positiva en el futuro, necesitan expulsar completamente de su movimiento a los que niegan el genocidio (y a la mentalidad conspirativa que reemplaza los hechos con cómodos mitos, el análisis con la demonología y la compasión humana con el racismo).
La incapacidad para diferenciar la verdad de la mentira es un requisito previo para el fascismo. Así como Stalin y Hitler tuvieron sus cómplices, hoy en día los sacerdotes británicos,… periodistas como Fisk y teóricos de la conspiración derechistas e izquierdistas no paran de repetir narrativas fascistas que culpan a las víctimas.
Creo que la mayoría de la gente (no sólo los izquierdistas) piensa que mi posición es demasiado extrema. Si piensas lo mismo, bueno, esperemos los próximos años y décadas y veamos. Los sirios son el blanco de estas mentiras hoy, los musulmanes bosnios lo fueron ayer. En el futuro podría ser cualquier otro grupo, incluyendo ‘izquierdistas’ y hasta sacerdotes. Una vez que aceptas la noción de que “la narrativa” es más sexy que la realidad, ya no puedes elegir qué narrativas van a resultar más atractivas.

Desde un punto de vista marxista revolucionario, por supuesto, la idea de “expulsar” a la gente que está expresando ideas asadistas u otras de tono rojipardo de nuestro ya diminuto, asediado y aislado movimiento es extremadamente difícil de tragar. Algunos críticos incluso han acusado a Fightback de resucitar la hipótesis del viejo “fascismo social” estalinista (ver artículo en este número), esta vez con los asadistas occidentales siendo expulsados del movimiento por acusaciones injustas de fascismo. Esto me recuerda nada menos que a Donald Trump diciendo que la continua investigación de sus vínculos con Rusia es una “caza de brujas”. Sólo es caza de brujas si no hay brujas. Como sugerí anteriormente, la gran debilidad de la Izquierda activista contemporánea proviene de definirse mediante una frontera simplista en torno a la “oposición a la globalización neoliberal”. Si no precisamos más, esa definición incluye a los fascistas. Tal vez en las décadas de 1920 y 1930, algunos podrían haber sido disculpados por no entender las consecuencias de aceptar como aliados del socialismo a los nacionalistas étnicos, que apenas disfrazan su desprecio por la democracia y la igualdad social. Hoy ya no puede haber tal excusa.
Una variación de este argumento nos ha sido expresada como “¿por qué Siria es la colina en la que estás dispuesto a morir? ¿No es esto excéntrico y sectario?” Como espero haber explicado en este artículo, Siria no es tanto una “colina” sino la punta del iceberg de toda una serie de ideas que apuntan a una visión fascista del mundo. En la famosa metáfora de León Trotsky, un rasguño puede convertirse en gangrena si no se da la atención médica necesaria. La contradicción entre la solidaridad de la clase obrera en la política local y el apoyo a la brutalidad opresiva del Estado en el extranjero (incluso la negación de los peores actos de dicha brutalidad) deberá resolverse en una u otra dirección tarde o temprano. Mirar para otro lado cuando un camarada está expresando ideas que lo sitúan en el terreno de la reacción global no sólo no es camaradería, sino que es criminalmente irresponsable en una era en la que la derecha está en ascenso. Poniendo las amistades y relaciones de trabajo por encima de criticar una posición política horrible cuando la vemos es, por así decirlo, cómo Trump fue elegido.
La socialista canadiense “Lucy Antigone” dio testimonio de los peligros de la confusión entre el discurso izquierdista y el nacionalista-derechista en un comentario reciente en Facebook:

Honestamente es alarmante hasta qué punto los conservadores, los teóricos de la conspiración, y destacados izquierdistas en mi FB comparten los mismos artículos, premisas y eslóganes. Y más aún porque parece que la izquierda lo hace inconscientemente, y la derecha más tácticamente, así que ahora tenemos a un conservador-trumpista presentándose a unas elecciones provinciales de alto nivel con el programa corbinista “Para muchos, no para unos pocos”, y nadie dice esta boca es mía ante la mención a los Rothschild, el imperialismo occidental y Siria. Vale, no “nadie”, pero casi.

Además, para que la acusación de “sectarismo” aguante, debe extenderse a cualquier debate político dentro de la izquierda. Fightback nunca va a permitir que nuestra plataforma se convierta en una plataforma para el fascismo, y la convergencia de con ideas rojipardas. Nos enfrentaremos a estas ideas dondequiera que se planteen, y con quienquiera que las plantee, aunque la persona que las plantee sea un activista popular con un admirable historial de lucha. Por supuesto, la mayoría de los activistas de izquierda que defienden estas ideas no son fascistas conscientes. Si lo fueran, no nos molestaríamos en debatir con ellos, deberíamos ignorarlos y aislarlos, como hacemos con todos los fascistas.
Nos tomamos en serio a Robin Yassin-Kassab cuando dice que una izquierda occidental que no se solidariza con todos los oprimidos del mundo (debido a la noción de “geopolítica” de color marrón-rojo) no tiene ninguna esperanza de ser parte de una revolución global. La estrategia de Fightback es formar un polo de oposición contra estas ideas dondequiera que aparezcan en el Aotearoa o en la izquierda australiana. Sabemos de otros camaradas en Gran Bretaña, Estados Unidos y otros lugares que están librando una lucha similar en la izquierda. También nos solidarizamos con todos los que defienden a los oprimidos y asesinados en Siria, que en su mayoría no son izquierdistas socialistas. ¿Cómo iban a serlo, después lo que han visto hacer a la izquierda socialista en este tema?
Los resultados finales para tal realineación global de la izquierda que sugerimos son:

  • Internacionalismo popular; solidaridad con todos los pueblos explotados y oprimidos, globalmente; solidaridad dirigida a los pueblos en lucha, no a los Estados-nación o a sus gobiernos.
  • Apertura cognitiva: la vieja consigna del “socialismo científico” en esta época no puede significar los esquemas dogmáticos y mecanicistas del pasado, sino, por el contrario, un movimiento socialista/obrero que abarque la vanguardia del pensamiento y la teoría científicos, cualquiera que sea su origen; esto en contra de la mentalidad de la “cámara de resonancia” cuando sólo se escuchan voces que ya están “dentro de nuestro movimiento” o, lo que es peor, sólo aquellas que están de acuerdo con nuestros prejuicios. Recordemos el astuto camaleonismo que es el fascismo.
  • Un programa radical, sostenible y con visión de futuro para la igualdad social; la nostalgia y el tradicionalismo son enfermedades debilitantes para aquellos que realmente desean cambiar el futuro.

Animamos a todos los que sienten lo mismo a unirse a Fightback o a apoyar nuestras publicaciones y nuestro trabajo, y a ponerse en contacto de cualquier manera.

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